El Ángel de la Guarda es una figura espiritual que nos acompaña desde el momento de nuestra concepción. Según el Catecismo, su misión es protegernos y velar por nosotros a lo largo de nuestra vida. Esto nos muestra la importancia de tener siempre presente a nuestro Ángel de la Guarda y de reconocer su influencia en nuestro día a día.
La existencia de los ángeles y, en particular, del Ángel de la Guarda está fundamentada en la Biblia. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos referencias que hablan de los ángeles como servidores de protección y guías. Jesús mismo menciona la presencia de los Ángeles Custodios y la importancia de no despreciar a los más pequeños, ya que sus ángeles están en la presencia de Dios.
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Los santos han tenido una relación cercana y personal con sus Ángeles de la Guarda. Han dado testimonio de su presencia constante y de la ayuda que han recibido de ellos. Santa Francisca Romana incluso llegó a tener la visión de su Ángel, describiéndolo como una figura de una belleza increíble. Estos ejemplos nos muestran la estrecha conexión entre los santos y sus Ángeles Custodios.
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El Ángel de la Guarda no solo nos acompaña en momentos de alegría y tranquilidad, sino también en los momentos difíciles. Numerosos relatos han documentado cómo invocar al Ángel de la Guarda en situaciones de peligro ha llevado a la protección y salvación de las personas. Sus acciones muestran su poder y su papel como servidores de Dios, atentos a sus órdenes y siempre dispuestos a protegernos.
La rapidez con la que los Ángeles de la Guarda acuden a nuestro llamado es asombrosa. Al no estar limitados por un cuerpo material, pueden moverse a la velocidad del pensamiento. Si los invocamos para ayudar a alguien más, regresan de inmediato. Su prontitud demuestra su disposición a estar siempre a nuestro lado.